En plena revolución de la inteligencia artificial, cuando casi todo lo que conocemos parece sustituible y la gente casi no es necesaria para nada. En plenas vacaciones donde la mayor preocupación es decidir que comer o que marca de cerveza comprar, cuando las comidas se alargan y las sobremesas se unen con la cena. Cuando cada momento con los tuyos sabe un poquito mejor, sobre todo en el relax del pueblín, donde los pájaros te despiertan por la mañana y el sonido del viento se amplifica con las decenas de árboles. En plena era del control, la sobreinformación y el superconocimiento llega la naturaleza y te un tortazo a mano abierta. En un abrir y cerrar de ojos te dicen que te vayas del pueblo porque viene un incendio a toda velocidad. Los momentos de después cada uno los vive a su manera, algunos, super-optimistas creen que no va a pasar nada, otros dan por hecho que el fuego va a arrasar el pueblo. La realidad es que el sentimiento mayor es de impotencia, es imposible encontrar información en tiempo real en internet, los móviles dejan de funcionar y los mensajes de texto acaban siendo una cadena que pasa de unos a otros hasta que todo el mundo está informado.
El sentimiento de saber que tu casa podría estar en llamas ahora mismo no se quita, es como un desazón que te acompaña todo el día, un mal cuerpo, un estar pero no estar, un tener la cabeza en otro lado. Según van pasando las horas relativizas, piensas que lo material no importa, sobre todo cuando empiezas a ver las primeras pérdidas humanas. Se te revuelve el estomago cuando los políticos hablan del tema, digan lo que digan, no importa, sea del color que sean porque para bien o para mal el fuego no lo paran ni los políticos, ni la tele ni la inteligencia artificial, el fuego lo paran personas que trabajan turnos maratonianos de manera absolutamente anónima para proteger nuestras casas, nuestros pueblos, nuestros recuerdos.
Este post va por ellos, porque nosotros estamos preocupados, pero en su mayoría desde nuestra primera vivienda, con la nevera llena y el sofá y la tele. Pero ellos, mientras tanto, están luchando contra la fuerza de la naturaleza, tomando decisiones que les pueden costar la vida, que pueden costar que una vivienda se salve o no, o que el fuego vaya hacia uno u otro lado. Aquí, desde mi ordenador y mi sofá, les dedico mis palabras, mi recuerdo y mi corazón porque sin ellos mi pueblo, nuestra casa, hoy no existiría y desgraciadamente nunca tendré la oportunidad de conocer sus nombres, de ver sus caras, héroes anónimos que, como siempre, solo sabemos de su existencia cuando en nuestro mundo hipercontrolado llega algo que aunque queramos no podemos controlar. Bombero anónimo, voluntario, brigadista, piloto… seas quien seas, gracias!!!
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