Recuerdos


Si tuviera que elegir una de las áreas más fascinantes de nuestro cerebro sería aquella que genera y guarda los recuerdos. Leí una vez que los recuerdos son como una fotocopia en blanco y negro de nuestra percepción de la realidad. La fotocopia normalmente lleva añadidos que no pasaron, que nuestro cerebro ha mezclado con otros recuerdos o ha completado las partes de la fotocopia incompletas con lo que nuestro sentido común cree que falta. Cuando va pasando el tiempo el cerebro archiva esas fotocopias y cuándo decide sacarlas hace una nueva copia que no es igual a la anterior, el cerebro añade elementos de conocimiento que quizá no teníamos cuando generamos ese primer recuerdo. Existen incluso recuerdos implantados, vivencias que nos contaron sobre nosotros mismos y que son fabricadas por ese módulo del cerebro que es como un guionista de cine que escribe nuestras historias en la cabeza. Cuanto mejor funciona ese módulo mejores recuerdos tenemos, eso no quiere decir que sean verdad o al menos 100% verdad.  

Cuando rebusco los recuerdos de mi padre ya no sé diferenciar cuales son genuinos y cuáles no, algunos han mejorado, como ese recuerdo que tengo de estar sentado en sus rodillas, con 3 o 4 años y el me acercaba la cara, a veces me rozaba con su generosa nariz y le oía respirar a mi lado. No recuerdo si me hablaba o si lo hacía, qué me decía pero recuerdo sentirme seguro, sentirme querido. Tampoco sé si esto pasó a menudo o no, este recuerdo me lo fortaleció una foto que había en la casa familiar que hace años desapareció. También le recuerdo enfadado, gritando y de muy mal humor, aunque no sea el recuerdo que más me guste tener guardado. Ambos recuerdos son más vivos ahora que yo tengo hijos y que me doy cuenta que tengo algunas de esas virtudes y defectos que tenía mi padre. Cuando me siento con mi hijo a darle las buenas noches me recuerdo a mí mismo sentado en las rodillas de mi padre y cuando me enfado también me recuerdo a él, lo que sufría cuando perdía los nervios y como venía a darme un beso y pedirme perdón. 

Poder crear recuerdos es muy bendición divina, cuando ya no es posible solo te queda jugar a crear esos recuerdos. A veces me imagino con mi padre paseando por Hyde Park, le veo conduciendo por la izquierda y diciéndome lo difícil que le parece, jugando al fútbol en el jardín con Dani y viéndonos jugar a basket a Alba y a mí, diciéndome que me retire de una vez, preguntándome por mi trabajo y recordándome que no dan los duros a cuatro pesetas. Me lo imagino comiendo fish and chips y torciendo el gesto como el que piensa pero no dice, me lo imagino enseñándole a jugar al mus a mis amigos ingleses y preguntando cómo se dice ‘envido’ en inglés. Nos veo a los dos durmiendo una siestecita en los bancos mullidos de la National Gallery y preguntándome qué tal me va con Karin. Casi le oigo diciéndome ‘Tú vales mucho’. A decir verdad este sí es un recuerdo de verdad porque me lo decía muy a menudo. El resto no pasaron, no pasarán, sólo me queda imaginármelo y seguir mejorando los recuerdos que aun conservo.  

Los recuerdos forjan nuestro carácter, nos hacen las personas que somos, por eso hay que mimarlos, cuidarlos, esforzarse en crear recuerdos de valor para nuestros hijos, que sostengan sus valores, que les acerquen a la quimera de ser felices. La vida pasa a la velocidad de la luz, saboread los momentos únicos, añadid a las personas con las que queréis compartirlos, esforzaos en decirle a vuestro cerebro que guarde en un sitio ese recuerdo, que lo adorne, que lo proteja, porque dentro de 5 años, de 10, de 20 ese recuerdo os hará sonreír, dejará escapar una lagrima en vuestra mejilla, os hará coger el teléfono para hacer esa llamada que hace mucho no hacías o coger el coche para visitar a alguien que hace mucho no veis. O quizá todo eso le pase a otros pensando en tí, porque la vida pasa y la única manera de seguir conectado a los que se van, son los recuerdos.

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