Coco, saluda a mi papá



Quizá sea porque la primera vez que me separé de mi hija cuando era pequeña fue para hacer un proyecto en Méjico durante 3 semanas, quizá sea porque aquel viaje se produjo entre octubre y noviembre, en plena celebración del día de Muertos en Guadalajara, quizá sea porque, aquí, en Inglaterra tenemos varios amigos mejicanos y el mejor amigo de mi hija también lo es... no se, pero la cultura mejicana tiene algo especial, profundo, muchas veces reflejado en el cine por sus fantásticos directores y también reflejado en sus tradiciones que trascienden fronteras.

Estoy harto de oir que el mundo se va a pique, que todo va a peor, que cada vez hay más violencia y que las nuevas generaciones lo van a empeorar. A mi en cambio me parece que hay muchas señales que indican exactamente lo contrario.



Cuando vas al cine haces un paréntesis de esa realidad al parecer tan horrible, el cine, además, es un pequeño reflejo del mundo. Si es así, Coco lo tiene todo para hacernos creer en un mundo mejor. Cuando en una sala llena de padres y niños los niños ríen y los padres lloran algo de calado está pasando.
No es sólo que Coco sea una delicia de película, la propia tradición del día de Muertos lo es quizá más. Cuando pierdes a un ser querido tienes varias maneras de mitigar la tristeza, una es la religión y el poder reencontrarte en el más allá, otras son los puros recuerdos, fotos, videos, olores... La tradición del día de Muertos mezcla ambas, asume que hay un más allá donde viven los muertos pero también asume que sólo viven si alguien les recuerda. Pixar de nuevo entretiene a lo niños y toca la fibra a los mayores por ambos costados, por un ojo lloraba pensando en cómo me recordarán mis hijos cuando no esté, en qué canciones les he cantado, que libros les he leído, que historias les he contado... con otro ojo lloraba acordándome de las canciones que mi padre me cantaba, de los libros que me leía, de las historias que me contaba. Haciendo un pequeño esfuerzo podía notar su piel abrazándome, sus brazos sosteniéndome cuando era pequeño, su voz susurrándome al oido. Podía verle sentado en su sofá, concentrado, viendo la tele, podía recordarle sonriendo cuando hacía una de mis bromas socarronas que tanto odiaba y amaba a la vez. Recuerdos, sí, recuerdos, porque ya no está, porque se fue hace ya muchos años y dejó un vacío imborrable, aunque nunca perdamos la sonrisa al recordarlo. Por eso, cuando vi Coco con mi hija y mis sobrinos, lloré, lloré mucho, y pensé en él y en muchos otros que nos dejaron demasiado pronto. Y hasta por un momento pensé que la tradición del día de Muertos es verdad, que los recuerdos mantienen vivos a nuestros seres queridos y que les traen de visita cada año ese día para celebrarlo con nosotros. Si es verdad o mentira poco importa, la vida es bastante increible de por sí y acaso no nos la creemos? Yo mientras, hoy, 7 años después de que te fuiste, me consuelo pensando que mis recuerdos te dan vida allá donde estés.

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