Maestro


Cuando eres pequeño hay proverbios que se te quedan grabados para siempre, desde muy pequeño vengo escuchando ese proverbio que dice que a la gente del tercer mundo no hay que darle peces, hay que enseñarles a pescar. Esa historia de pequeño es muy gráfica pero de mayor va alcanzando madurez e incluso convirtiéndose en una especie de mantra que te viene a la cabeza en múltiples ocasiones.



Cuando enseñas a gente tienes que tener muy presente esta historia, hay personas que se plantean la vida con el único objetivo de hacerse imprescindibles, bien sea sabiendo algo que no saben los demás o creando una dependencia inexistente que, al margen de su valía, funciona, les hace necesarios y todo el mundo se da cuenta cuando no están. Hay otras personas en cambio que dedican su vida a formar a gente independiente, capaz de pensar por sí mismos, hacer sus tareas sin ayuda, tomar sus decisiones y sentirse seguros de sí mismos. Estas personas centran su importancia real puramente en el feeling, el afecto, el buen humor, la creatividad... En las historias, las risas, los momentos de calidad que nos hace sentirnos diferentes, sin que sea necesario nada material o funcional. Mi padre era una de estas personas, no se cómo lo hizo, no se tampoco cuándo lo consiguió pero fue capaz de conseguir que fuéramos independientes, qué fuéramos capaces de trabajar, pensar, decidir, volar solos...  Que fuéramos capaces de valorar lo que tuvimos sobre lo que la mala suerte nos quitó, de recordar los momentos buenos y no la terrible enfermedad, de ser capaces de hablar de él, capaces de hablar sobre él para que sus nietos mantengan viva su imagen.
Mi último post se titulaba supervivencia, realmente el ser humano está preparado para casi todo, la mayoría de la gente no conoce sus propios límites y todo aquello que crees que te matará efectivamente no lo hace y te hace más fuerte. La supervivencia es un instinto animal e individual, por eso es tan maravilloso cuando nuestra naturaleza humana pone la supervivencia de los demás por encima de nuestra propia supervivencia. Más maravilloso aún es cuando notas que alguien tiene ese sentimiento hacia tí. Eso nos hizo sentir nuestro padre, sobre todo al final de sus días.
Hoy se cumplen 2 años de su marcha y aún tengo ese sentimiento ambiguo de si debería llorarle más o seguir dedicando el tiempo en saborear suavemente esa fortuna que fue tenerle como padre.

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