La emoción de un niño



Hoy han empezado mis novenos Juegos Olímpicos. Si sólo consideramos aquellos de los que tengo consciencia son mis octavos olímpicos. Ser un romántico empedernido tiene sus estupideces, ingenuidades inexplicables a mi edad y con mi experiencia. Cuando eres niño idealizas la edad adulta, crees que ser adulto es estar cansado de todo, que ser adulto es ser serio, es saber estar. Supongo que me puedo considerar adulto ya, pero no siento nada de eso. Cuando ha empezado la ceremonia de los Juegos me ha subido un cosquilleo por la columna, me he reído viendo esa representación de la campiña inglesa que parecía la comarca de Frodo y Bilbo. Se me ha puesto la carne de gallina con la música de Carros de Fuego y Queen, me he sentido un carroza criticando las canciones de Artic Monkeys y me he emocionado viendo a 204 países desfilar haciéndonos creer que aún hay cosas que podemos hacer juntos, que el espíritu olímpico existe y no es un invento de Nike, Adidas y Coca Cola, que el ser humano es maravilloso como nos recuerda muchas veces Aquarius.

Seguramente muchos diréis que soy un ingenuo, que esto está sustentado por las televisiones y las marcas comerciales y es sólo para sacar dinero, que los países se siguen odiando y que el espíritu olímpico nunca existió, ni siquiera en la Atenas clásica.

Estoy escuchando Hey Jude y lo siento, lo siento si es mentira, prefiero ser ingenuo, prefiero seguir sintiendo ese cosquilleo cada vez que empiezan unos Juegos, prefiero creerme que en este mundo más de la mitad es bueno y no quedarme en lo que estaba destinado para mi mentalidad adulta que me indica que todo es corrupto e interesado.

Gracias Londres, gracias Juegos Olímpicos por recordarnos que quizá, solo quizá, con el esfuerzo de todos, otro mundo es posible.

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