Cuando mañana no existe


Como dice mi mujer la vida está compuesta de muchas vidas unidas. Cuando naces sólo conoces una o dos de las vidas de tus padres y como mucho una de las vidas de tus abuelos. Yo sólo conocí a mi abuelo materno, un hombre tranquilo, sosegado, de palabras comedidas y gestos pausados. Un hombre que agradecía unos oidos abiertos y mucho más unos coros para cantar o unos labios para reír sus chistes repetidos. Cuando conocí a mi abuelo ya era viudo y estaba jubilado. Eso no me permitía imaginar que habría sido de su vida hasta ese momento que en el fondo era el más estático e impersonal de una vida mas que interesante.
Mi abuelo nació a principios del siglo XX. Fue hijo único, cosa muy poco común en la época, y se crió en un pueblecito del sur de la provincia de León. En la época de la superinformación es apasionante oír a mi abuelo explicar como llegaban las noticias al pueblo en ocasiones con varios días de retraso. Como se enteraron de que había empezado una guerra civil no en el momento, ni al día siguiente sino varios días después del levantamiento de Franco. Como en aquella época se vivía en una España con ideales prestados, atemorizada por tener unos propios. El pueblo de mi abuelo cayó en el lado nacional y luchó con Franco. No fue una decisión, fue azar, destino quizá. Eso marcó el pensamiento político de mi abuelo. ¡Que haría si supiera que por la influencia de algunos de sus nietos llegó a votar alguna vez a los sociatas corruptos y ladrones...!

Para los jóvenes de nuestra generación la guerra es, o bien una cosa terrible que ocurrió en España hace un siglo, o una película en directo que ocurre en Oriente Medio cada 10 años. Mi abuelo simplificó todo eso hasta el extremo, el nos contaba la guerra como un campamento de verano que duró tres años. Siempre decía que no sabía si había matado a alguien, probablemente mentía, pero lo hacía muy bien. Contaba como andaban de un lado para otro en Teruel con 20 grados bajo cero sin la ropa apropiada y con 25 kilos a la espalda. Como le eligieron para un pelotón de fusilamiento y se libró de chiripa o como murió uno al que le dieron un tiro mientras estaba cagando. Aquello lo podía contar 100 veces y cada vez le hacía más gracia, he de reconocer que a mí también.

Probablemente aquella época fue la más fascinante de su vida, al menos para escucharla, aunque posiblemente él la borraría de su historia.

Al final de la guerra comenzó su segunda vida. Se casó y tuvo 4 hijos. Dos murieron muy pequeños. Nunca le vi derramar una lagrima por aquello, antes, pensaba que era más duro que una piedra, ahora, pienso que 40 años son suficientes para metabolizar el dolor.

Su siguiente vida empieza cuando muere mi abuela, unos días antes o después de mi bautizo, no estoy seguro. Ahí ya entro yo y convivo 20 años con él. Cuando vivíamos juntos, como nos suele pasar a los jóvenes, pensé que mi abuelo era inmortal, que viviría 50 años más. Cuando me emancipé me empecé a dar cuenta de que el tiempo pasa y pasa. Muchas veces le dije a mi madre: "voy a comprar una grabadora para no olvidarme de las historias del abuelo". Como se suele decir, la vida pasa mientras hacemos planes. Aquel plan, como tantos otros se quedó en mis labios. Hoy hace un año que no está, hoy hace un año que nos dejó como fue él toda la vida, con las botas puestas. Y ya no existirá ningún mañana para comprar esa grabadora y sentarme a escuchar sus historias. Es muy idealista aconsejar el vivir el momento y no pensar en el futuro, la realidad, y ahora más que nunca, es que el tiempo pasa y no nos damos cuenta de cuan deprisa lo hace y cuantos planes se quedan en el tintero.


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